y se desangró,
como un témpano de hielo murió
escurriéndole cenizas
huyendo, fugaz, trascendiendo
con el dolor a cuestas, infinito al cielo.
La luna se escondió tras un eclipse.
La segunda estrella titilaba
como el latido constante de un cañón.
La erupción de un volcán
desangrando lava ardiente.
Un río de agua salada
desbordado.
El filo de un cristal fragmentado.
Estrellado.
Vuelto llanto.
Vomito las ruinas de mi Hélade de cristal.
Vomito los pedacitos
sangrantes
de mis ruinas de cristal.
Las ruinas de mi altar de plata
fundido.
Mis aspiraciones doradas.
Sólo fue uno quien me traicionó,
era el único.
No importaron mis rezos,
ni mi fe
ni los sacrificios múltiples.
Aquella Hélade culminó devastada
frente al temblor sangrante.
Los latidos cesaron
después de la tormenta salada,
después de la convulsión eléctrica
de la espina dorsal.
Derrumbados los templos.
Los suspiros vueltos huracán.
El huracán vuelto llanto.
Granizo de sal bombardeando
la metrópoli de cristal.
Y el bombardeo del corazón
intoxicando el aroma de dulces toronjas
que antes hincharon mis pulmones
reventaron, intolerantes, bajo presión.
La tercera estrella titiló, solitaria
frágil y pequeñita.
Fue la tercera estrella testigo
del némesis destructor de su morada.
La estrella titilaba de frío,
con las heridas abiertas y la sangre caliente;
fue la tercera, quedó derrotada
al frente de un castillo ahogado por una guadaña.
Pequeñita, titilaba, en el cielo
solitaria, estrella lejana.
Pequeñita y lejana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario